
Esa cultura y riqueza asoma en sus rostros, perdura en sus tradiciones y se regala en cada sonrisa que un Dai siempre está dispuesto a regalar al viajero.
Desde tiempos ancestrales, los hombres Dai han danzado con sus enormes tambores de “pie de elefante”, fabricados con troncos de mango o ceiba que asemejan el pie de un elefante. Los Dai veneran al elefante como símbolo de la diligencia y el valor.
Los hombres Dai danzan para celebrar cada cosecha de arroz o tras el replante de semillas, llenos de júbilo por el regalo que les ofrece la Naturaleza. Saltan, giran, hacen equilibrios, golpean con las manos, los codos, los pies, elevan sus tambores por encima de sus cabezas, o se suben encima y saltan ágiles.

El afortunado espectador se siente atrapado por el tiempo, un júbilo indescriptible le embarga, la emoción aflora en su piel y por un momento se siente uno más en la selva. Y se siente Tierra, se siente Cielo, se siente Agua y se siente Fuego.
Nostálgico de aquel mágico momento, recuerdo que allí todos eran uno, y acá desde donde escribo, cada uno es un todo.
