Como el postrero beso de la muerte, envuelta en su eterna bruma, la Dama de Oriente despide al río Yangtzé en su último aliento de vida.
Llorosa y lastimera, pero serena, observa el río pasar entre sus pies mientras sostiene por encima de los hombros su impávida eternidad.
Por sus calles han pasado viajeros, comerciantes, nobles, militares, soñadores, poetas, ladrones que escribieron mil historias, mil nombres. Cada calle un romance, un drama, vidas que fueron y que son. Y tú, allí, por encima del mar te elevas altiva y solitaria, ajena al griterío de la turba que te invade.
Que distinto es el sueño que te viste en las alturas, de la selva que habita entre tus pies. Absorto en tu sueño quedo, mientras busco en el tumulto que te habita las huellas de tu historia, el legado del poeta y un suspiro.
Como el río que entre tus brazos se escapa, parte el viajero de ti, envuelto en el gris frenesí que tu cabello contamina. Viejo río es al que ofreces tus adioses, cuando lloras le mojas, cuando suspiras le abrasas.
Ahí quedas, por encima del mar, en busca del cielo, vieja dama.