Allí arriba, desde sus cimas, se divisan bellas playas con aguas de color turquesa y profundos barrancos sumergidos en su umbría.
Allí, sólo se escucha el rumor del viento jugando entre las rocas y el latido del corazón acelerado.
Allí no hay chiringuitos, ni alemanes orondos con la piel ardiendo, ni hooligans alcoholizados vociferando, no hay excursiones capitaneadas por una mujer con paraguas rojo, ni se hace top-less porque el húmedo viento no invita.
Y tampoco llegan las alimañas asesinas descerebradas que no tienen mejor forma de pasar sus patéticas vidas que sembrando de muerte y terror la vida de los demás.
Allí arriba sólo habitan espíritus inquietos que atemorizan al montañero, espíritus que nacen de las leyendas que corren de boca en boca por las gentes del lugar. Son las leyendas de la Tramontana.
Como la popular leyenda del Comte Mal, en las tierras del Galatzó, montaña mágica donde las haya. Personaje condenado por su crueldad a cabalgar eternamente todas las noches del año sobre un caballo negro envuelto en llamas y aullando desde los infiernos.
El Comte Mal sembró el terror entre los habitantes de Galatzó y cuentan que tan duro tenía el corazón que era de piedra. Y allí arriba cuando le fue arrebatado el corazón por el mismísimo demonio como pago por sus servicios, viendo el maligno que lo que le sacaba del pecho era una simple roca y no un corazón, lo arrojó montaña abajo con gran furia, provocando que en la Tramontana se labraran enormes y oscuros barrancos. El demonio, encolerizado, lo maldijo y condenó a habitar encadenado en el mismo lugar donde estaban las literas donde dormían los esclavos que él mismo tenía atados con cadenas.
Así, cuentan los lugareños que de noche se escuchan las cadenas con que le demonio tiene atado al malvado noble.
Y yo, allí arriba, oyéndole aullar y rodeado de esas tétricas nubes de las que en cualquier momento puede salir el Comte Mal montado en su infernal rocín …….