Recuerdo la letra de un viejo tango, pura poesía, que cuenta el retorno de un hombre al barrio que le vio nacer. Me encanta este lamento vital, un lamento que va desgranando el pesar del que vuelve a su origen después de un fracaso existencial:
“Con el pucho (colilla) de la vida apretado entre los labios,
la mirada turbia y fría, un poco lento el andar,
dobló la esquina del barrio, curda ya de recuerdos,
como volcando un veneno esto se le oyó cantar:
Vieja calle de mi barrio donde dí mi primer paso,
vuelvo a ti gastado el mazo en inútil barajar,
con una daga en el pecho, con mi sueño hecho pedazos,
que se rompió en un abrazo que le diera la verdad…..
Aprendí todo lo bueno, aprendí todo lo malo,
sé del beso que se compra, sé del beso que se da;
del amigo que es amigo siempre y cuando le convenga …….
Aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran
y, si la murga se ríe, uno se debe reír;
no pensar ni equivocado... ¡Para qué, si igual se vive!
¡Y además corrés el riesgo que te bauticen gil! ……
La experiencia fue mi amante; el desengaño, mi amigo...
Toda carta tiene contra y toda contra se da!
Hoy no creo ni en mí mismo. Todo es truco, todo es falso,
y aquél, el que está más alto, es igual a los demás...
Por eso, no has de extrañarte si alguna noche, borracho,
me vieras pasar del brazo con quien no debo pasar"
Así que lo mejor si un sueño se hace pedazos cuando lo abraza la realidad (¡qué hermosa metáfora!), es ponerse a tanguear. Quizá en los compases de una milonga uno encuentra el consuelo, o en los vapores de una curda o en los brazos de una "mina" ..... (y no lo digo yo, lo dice el tango).