También me dijo que los egos alborotados deberían tener la boca cerrada, y que todos tenemos pensamientos necios, pero el sabio se los calla (callar y callemos, que los dos por qué callar tenemos).
Cuando encontré un lugar adecuado para que aterrizara un OVNI, puse señales y esperé. Hacía viento y frío, pero esperé. Y por fin aterrizó un OVNI y bajó de la nave un extraterrestre vestido de Abraham Lilcoln, que dijo tener un recado para mi de parte del perro filósofo: "Vale más estar callado y que sospechen tu necedad que hablar para sacarlos de la duda".
Así que no hablé y me quedé callado, pero no sé cuánto tiempo, porque hacía viento y frío.
Estuve esperando al perro filósofo, pero no vino. Bajé al río, aunque ya estaba oscuro. Allí me encontré con un pato, oscuro y feo, como el río. Le pregunté por el perro filósofo, pero sólo supo decirme que por el mismo caso que debía callar, reventaba por hablar.
Como no le entendí, y además de viento y frío, estaba oscuro y feo, me fui. Pero al pasar al lado de un árbol, como hacía viento y frío, aunque estaba oscuro y feo, en su tronco yo escribí:
"Un placer como el de una conversación perfecta es necesariamente extraño, ya que quienes son sabios rara vez hablan y quienes hablan rara vez son sabios".
Y como seguía sin venir el perro me marché con viento frío, oscuro y feo.