Llevo cinco días ya ingresado en el hospital por culpa inicialmente de la fiebre que me apareció, traicionera ella, nocturna y alevosa, el miércoles pasado. Aquí, de nuevo retenido y aislado entre cuatro paredes blancas, se ha complicado el cuadro con dolores continuos de cabeza, naúseas los primeros días y mareos que hasta un par de desmayos me han costado (sin entrar en la cómica, ahora, descripción del primer desmayo que tuve, bote de 2l de orina en mano y mi hermano agarrándome para que no diera con mis huesos en tierra; que la imaginación desvele el destino del contenido del bote ...). Y la maldita fiebre que hasta hoy no ha querido bajar.
He llegado a desesperar, malhumorarme y perder la paciencia que, una vez leí, es la virtud que antes se acaba cuanto más se la necesita.
Recurro a Cioran, que últimamente me inspira con su ácido sentido del humor, para referirme a las últimas noches que he pasado aquí, entre fiebres, sudores y dolores de cabeza:
"Tácito le hace decir a Otón, decidido a darse muerte pero persuadido por sus soldados para que retrase su acción: Está bien, añadamos una noche más a nuestra vida.
... Espero, por su bien, que aquella noche no se pareciera a la que yo acabo de pasar."
