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sábado, 28 de marzo de 2009

Huangshan, la montaña amarilla (III): el teatro de los sueños

Durante el amanecer y el atardecer, Huangshan parece una montaña misteriosa. Cuando uno camina por entre las rocas y se desplaza en medio de este fenómeno atmosférico, rodeado por un mundo de ensueño, percibe que ha llegado al límite del cielo y al borde del mar, y siente como si estuviera en la cumbre más alta del mundo.




















Y es entonces cuando uno comprende por qué esta mítica montaña ha atraído siglo tras siglo a los mejores poetas chinos. El por qué enamoró emperadores y hasta cautivó a los inmortales que la visitaron. Y por qué el gran rebaño chino no cesa de visitarla día tras día.




















En este remoto y hermoso lugar probablemente se esconda parte de la magia de la creación. Y aquí, en el más absoluto de los silencios, el hombre se encuentra a sí mismo.



















Sólo cabe permanecer callado mientras el cielo se transforma en el gran teatro de los sueños.



















Mil pensamientos acuden uno detrás de otro, y en el mismo instante se van. En Huangshan se detiene el tiempo.



























Nunca olvidaré Huangshan.

domingo, 15 de marzo de 2009

Huangshan, la montaña amarilla (II): los candados del amor

Para subir a Huangshan, la mágica montaña amarilla, hay varios telesillas en distintas zonas para acceder a sus innumerables picos. También hay escaleras. Sí, escaleras. En China, civilización antigua donde las haya, ya se adelantaron hace muchos cientos de años a la globalización. Y que mejor forma de globalizar una montaña que llenarla de escaleras, con miles de peldaños.




























¿a qué pico quieres subir? Pues nada, coges y te subes 7,8 ó 9 kilómetros de escaleras. Sí, escaleras. Un peldaño tras otro, sin descanso. ¿qué elegimos mi compañera de viaje y yo? ¿el telesilla? Pues no, obviamente. Las escaleras. Un calor del demonio, una humedad infernal. El guía, con su sonrisa china de oreja a oreja, nos desea suerte y se dirige a coger el telesilla para esperarnos arriba, mientras nos dice al alejarse: “… un americano el año pasado subió los 8 km de escalones en 2 horas…”. Serás capullo, por qué lo has tenido que decir…..
Si no hay muchos chinos subiendo, las escaleras son más o menos transitables. Nosotros subimos un viernes …. para nuestra suerte. Pero el sábado, ay el sábado, una horda de chinos vociferantes, gritando por el móvil, sudando las especias que se cenaron el día anterior, eructando, escupiendo, la mayoría al borde del infarto, y pegados unos contra otros como un rebaño de borregos, literalmente colapsan las escaleras. ¿por qué suben por la escaleras y no por el telesilla? ¿alguna promesa, alguna tradición? Sencillamente, porque es más barato. Definitivamente, es peor bajar, que subir.




















Por el camino, subiendo, te cruzas continuamente con los pobres porteadores que suben escaleras arriba todo tipo de cosas: sacos de comida, bultos con sábanas, cajas de bebida, maderas, … y algunos, incluso chinas orondas que se cansaron de las escaleras. Sí, estos pobres diablos suben escalera arriba todos los víveres y utensilios que necesitan los varios hoteles que existen arriba, donde el rebaño chino, por la noche, comerá lo que estas pobres gentes suben con el sudor de su frente. ¿alguien se imagina subir 50 kilos a la espalda por unas escaleras de 8 km? A 10 euros cada subida.




















Un español, con un par, está en la obligación de borrar de la boca del guía las 2 horas que tardó el americano en subir. Ahora, tendrá que decir que una pareja de españoles lo subió en hora y media. Eso sí, sin camiseta, sudando como si estuviera uno en una sauna.
Y, a parte de ver el paisaje, ¿a qué sube el rebaño chino a esta montaña? Principalmente a las dos cosas que les venden en la agencia de viajes.

La primera, bien romántica: a poner un candado del amor por cualquier lado que perpetúe el amor de las parejas que suben metidas dentro del rebaño.

























Cuenta una historia, que un marido deseando el divorcio, subió a la montaña a buscar el dichoso candado para quitarlo y que con él, también desapareciera su esposa. Pero había tantos, que no fue capaz de encontrarlo, y así se le hizo de noche desesperado en su búsqueda. La noche era tan cerrada, que buscando el camino de vuelta, se despeñó. Y así consiguió el divorcio tan deseado. Pobre infeliz, no sabía que los guardas los quitan de vez en cuando para hacer sitio ….



















El segundo motivo de que el gran rebaño suba escaleras arriba es …. Bueno, lo dejo para la siguiente entrega. Vaya una pista por delante.

jueves, 5 de marzo de 2009

La espera















Aguardando la tormenta.

Una larga espera.

De ésta no me libra ni Dios.

O acaso es Dios el que me la manda.

Yo sigo esperando.

Hace frío.

La veo venir, pero ni me inmuto.

Que hermosa es, pero casi mejor que hago algo.

Me voy hacia ella, cuanto antes me alcance mejor. Ya no aguanto la espera.

martes, 3 de marzo de 2009

Autorretrato: el ciego del escritorio



















Cada noche, cada día, observo a un tipo escondido detrás de los iconos y ventanas de la pantalla de mi ordenador. Nunca había reparado en él, porque me pasaba inadvertido. Pero de repente, una noche, me detuve delante de la pantalla y allí le vi, como cada día, como cada noche. Esta vez me fije bien en él, y recordé: permanecía horas y horas, en silencio, escondido detrás de fotografías, saltando de carpeta en carpeta, de página en página, de sueño en sueño. Pero aquella noche me di cuenta de que era incapaz de ver.

Así que empecé a apartar ventanas, iconos y todo cuanto se interponía entre los dos. Y allí encontré a aquel tipo, delante de mi, en completo silencio. Ahora estábamos los dos solos, cara a cara. Pero él seguía sin poder ver, porque estaba ciego.

No sé cuánto tiempo permanecí observando su rostro, pero el hombre del escritorio no se movió. Cerré los ojos, y al volver a abrirlos, allí permanecía. Inmóvil. Ciego. Como cada noche, cada día.

No me atreví a preguntarle que era lo que le impedía ver, por miedo a descubrir que quizá yo tampoco pudiera ver. Por miedo a darme cuenta de la cantidad de cosas que mis ojos no ven.

Así que allí dejé al tipo ciego del escritorio, como cada noche, como cada día.

Y decidí dedicarme a atrapar con mi cámara lo que mis ojos no ven. Desde entonces, cuando cojo mi cámara, cierro los ojos y miro hacia el interior ..... pero sigo sin poder ver, como cada noche, como cada día.