Todas las fotografías y textos son propiedad del autor. Todos los derechos reservados. Copyright © 2010 José Luis Esteban




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jueves, 27 de octubre de 2011

Mi noche toledana

Firmada la tregua y apenas las sobras del citotóxico pérfido y sus esbirros antineoplásicos habían sido expulsados de mi organismo, empezaron a arribar, en jovial, divertido y bullicioso tropel, los anhelados leucocitos y sus micrófagos ávidos de diapédesis, vestidos con gran boato de estricto blanco y toque púrpura, y aviados con sus más valiosas enzimas, seguidos de sus servidores, hematíes, transaminasas y demás hematopoyética corte. Los cortejos que partían oxígenados “plus ultra” del corazón, con gran algarabía y festejo, absorbieron la curiosidad del resto de los órganos, que entreabrían sus puertas y ventanas a su paso dejándose ocupar por aquel torrente de maná, milagroso manjar.

¡Qué dulce y brevísimo espejismo éste!. El amenazante oprobio, la premeditada y alevosa ignominia acechaban en la sombra como hampones, ¡el bilioso volcán, incubado con ira y rabia, estaba, al cabo, próximo a desbordarse de nuevo!


Siete días duró la tregua. El atrabiliario y altivo hechicero de la bata blanca había enviado su carnívora guardia de jayanes, metotrexatos y mercaptopurinas, oculta en diminutas pastillas a uno de los órganos que servían de despensa al resto, el agraz estómago. Allí aguardaron silenciosos como chacales, carroñeros y gregarios, al fúnebre cortejo de invitados, abalanzándose sobre los desprevenidos caballeros sin pronunciar una sílaba, barriendo a los moribundos a una laberíntica cueva conocida como hígado, donde se hacinaban los cadáveres en revuelto acervo. ¡Nadie hubiera adivinado que, como prueba de los protervos sentimientos y de la incivilidad del bárbaro hechicero de la bata blanca, aparecerían más tarde emborronadas en tinta sobre el pergamino de un laboratorio de análisis, con ojos vidriosos y vista empañada por el velo de la muerte, las lívidas cabezas de cuatromil leucocitos!

Se repite, entre lágrimas y lamentos, mi “noche toledana”.




Fotografía: una playa de Asturias que por torpeza no recuerdo, o quizá sea efecto de la noche toledana y su maquiavélica conspiración contra mi maltrecha memoria.


jueves, 20 de octubre de 2011

Sin nada que celebrar

Hoy es un día como casi todos los días: sin nada que celebrar.

Se va el verano, llega el otoño. Suben las transaminasas, bajan los leucocitos. Una semana sin tomar pastillas, pero sigo sin nada que celebrar.

El sol asoma tímido por la ventana. Las crías de petunia se retuercen buscando la luz, abriendo tímidas sus párvulas hojas. Un bostezo también las saluda. Y aquí no hay nada que celebrar.

Dos segundos. Dos. Y vuelta a empezar. El Southern Confort tendrá que esperar. Tic, tac, tic, tac. Que contento estaba y por dos segundos, dos, no tengo nada que celebrar.




Fotografía: otra hija que me gusta y he de perder. Pertenece a mis nuevos trabajos pero no encaja con sus hermanas, ¿o sí? No sé, el caso es que de momento, perdida es. Otro rincón de Cantabria de cuyo nombre no puedo acordarme.



miércoles, 5 de octubre de 2011

Cementerio de Niembro

Aquí los muertos descansan al ritmo de las mareas. Las almas encadenadas entre dos mundos esperan la pleamar. Esperan una barca que los lleve mar adentro, a través de la ría, para empezar el viaje sin fin hasta la eternidad.

En noches de tormenta se pueden ver lenguas de fuego azul saliendo de sus verjas, como antorchas que se encienden en la oscuridad pidiendo clemencia. "San Telmo ten piedad de nosotros y liberamos del mal agüero", se escucha clamar desde lo alto del campanario.

La luna llena, mecida por sutiles olas, vendrá pronto por sus almas. Naveguen en paz por el mar, por los siglos de los siglos.




Fotografía: cementerio de Niembro, Asturias.

lunes, 3 de octubre de 2011

Ría de Niembro

Todo sigue igual. Yo sigo igual. Las rías siguen igual, con sus barquitos varados en la orilla.

Los cementerios siguen igual. En su sitio, con las tumbas varadas en sus campos.

Las nubes vienen y van, como las mareas. Pero todo sigue igual.

La campana de la iglesia sigue igual. Muda y oxidada. Olvidada ya. Pero allí está.

El pueblo sigue igual. Turistas que vienen, turistas que van, aunque sus habitantes allí siguen igual.

Las fotografías son todas igual. Instantes que fueron, instantes que serán. La escena allí estaba y allí estará, siempre igual.

Los hombres enferman y envejecen, y entonces ya nada es igual.




Fotografía: ría de Niembro, Asturias.