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jueves, 23 de abril de 2009

Aotearoa: la traición de Ruapehu

Ruapehu, la más hermosa de las mujeres, estaba casada con Taranaki, guerrero maorí afamado como pocos. Un día, mientras Taranaki estaba lejos del hogar cazando para su mujer, Tongariro consiguió cautivar a la bella Ruapehu y conseguir que se entregara a él.

Cuando Taranaki regresó de su agotador día de caza sorprendió a la pareja que entregada a la pasión había perdido la noción del tiempo. La ira se apoderó de Taranaki que inició una pelea a muerte con Tongariro, pero sus fuerzas estaban agotadas y fue derrotado.

Con la traición de su amada mordiéndole el alma y el dolor de la derrota en su cuerpo, huyó desconsolado hacia el oeste a encontrar el mar donde poder llorar. Para calmar su furia empezó a cavar por el camino un canal que se iba convirtiendo en un gran río con sus lágrimas. Al llegar a la costa, extenuado y moribundo, Tranaki se desplomó. En el lugar donde cayó se formó una gran ciénaga con sus últimas lágrimas derramadas, y Taranaki se transformó en el gran Monte Egmont. Desde allí observa en silencio a su amada esposa y su rival, convertidos en volcanes en el centro de la Isla por su infame traición.

A pesar de la infidelidad de su esposa Ruapehu, Taranaki aún la ama con fervor. Por eso cuando el viento del este sopla, Taranaki extiende su brazo para acariciar a Ruapehu, cubriendo de bruma su bello rostro.

Ruapehu sigue enamorada de Taranaki, y sus callados sollozos se convierten en riachuelos que bajan hasta las faldas de lava que entierran sus pies.





















De acuerdo a la tradición Maorí, las montañas y los volcanes fueron hace mucho tiempo dioses y guerreros de extremada fuerza y poder.

El monte Egmont (Taranaki) está situado en el extremo noroeste de la Isla Norte de Nueva Zelanda y es un volcán cónico de gran altura que se observa desde larga distancia por estar encima de una inmensa llanura.

El volcán Ruapehu está situado en el centro de la Isla Norte, es uno de los más activos de Oceanía, y en el interior de su cráter hay un gran lago de 500 m de diámetro que se desborda en un gran número de riachuelos y cataratas ladera abajo. ¿Serán las lágrimas de remordimiento de Ruapehu?

Fotografía: volcán Ruapehu, Nueva Zelanda, isla Norte

jueves, 16 de abril de 2009

Aotearoa: Tu-te-raki-whanoa, buscando la divinidad

Por designio de los dioses, Tu-te-raki-whanoa, mitad hombre y mitad dios, empezó a esculpir un camino entre las montañas buscando el mar, para en la costa tallar el fiordo más hermoso de la Tierra. Al despuntar el alba cada día blandiendo su hacha de hielo, Te Hamo, se abría paso entre las montañas cantando un poderoso canto llamado Karaika, que apartaba la larga nube blanca a su paso.

De noche, dormía bajo las estrellas, sobre las praderas que brotaban a sus pies. Los dioses le mandaban un cálida brisa para proteger su descanso.

Así, día tras día, noche tras noche. A medida que avanzaba iba perfeccionando su técnica esculpiendo montañas hasta que alcanzó la costa, donde culminó su obra labrando el fiordo más bello de la Tierra.

Como premio los dioses le hicieron un regalo: aliviarle de su mitad humana.






















El fiordo de Milford Sound es la octava maravilla del Mundo, y la carretera de acceso es considerada patrimonio de la humanidad por la UNESCO.


Fotografía: carretera estatal 94 a Milford Sound, Nueva Zelanda, Isla Sur.

viernes, 10 de abril de 2009

Aotearoa: las lágrimas de Hinehukatere

Cuenta una leyenda Maorí que Hinehukatere amaba la Naturaleza y le encantaba escalar a los picos de las montañas y allí se pasaba las horas, los días. Un día decidió convencer a su amada Tawe, para que escalara con él al pico más alto y contemplara la hermosura de las montañas cubiertas de nieve. Ella no sabía escalar, pero decidió acompañarlo sólo por saber que era aquello que llenaba de brillo los ojos de su amado. Aquel día, cuando estaban muy cerca de alcanzar la cima, las montañas nevadas sintieron celos de la hermosura de Tawe, y se agitaron provocando una funesta avalancha que sepultó a Tawe, arrastrándola pendiente abajo, separando para siempre a los dos amantes.

Hinehukatere, con el corazón roto y el alma desgarrada, empezó a llorar desconsoladamente. Sus lágrimas no paraban de brotar y se convirtieron pronto en un torrente que empezó a fluir montaña abajo, congelándose y convirtiéndose en un hermoso glaciar.























Ka Roimata o Hinehukatere, es el nombre Maorí del glaciar (“las lágrimas de Hinehukatere”) que los descubridores occidentales bautizaron como Frank Josef en honor del emperador de Austria.

Fotografía: Glaciar Franz Josef, Nueva Zelanda, Isla Sur

lunes, 6 de abril de 2009

Aotearoa: Papatûânuku

Papatûânuku, la madre Tierra, emergió de entre las frías aguas del vasto océano. De sus entrañas surgió la vida, y así se pobló de árboles y pájaros. El hombre que surca el océano en su canoa busca el tûrangawaewae, un lugar donde estar, donde encontrar sus valores y principios. Perdido, extenuado, aquí al fin lo halla. El inmenso océano que lo trajo, y la larga nube blanca que lo observa, le recuerdan que su paso por Papatûânuku es efímero, cual frágil su vida.




















Papatûânuku, de acuerdo a la tradición maorí, es la madre Tierra.
Fotografía: Península de Coromandel, Nueva Zelanda, Isla Norte

sábado, 4 de abril de 2009

Aotearoa, la tierra de la larga nube blanca





























Aotearoa, Nueva Zelanda, en maorí significa la tierra de la larga nube blanca, porque así es como recibe al viajero este recóndito y maravilloso rincón del planeta.

Una vez leí que Nueva Zelanda era la isla más hermosa del mundo (bueno, en realidad son dos islas, norte y sur, y otras mucho más pequeñas.). Y doy buena fe de ello. Lo cierto es que aquí, donde aún existen los últimos bosques sin intervención humana, la Naturaleza se desborda por cada rincón y en el mismo día, a unas pocas horas de coche, uno puede estar tomando el sol en una playa, o pisando los hielos de un glaciar. Así es Aotearoa.




















La nación Maorí es además rica en leyendas. Una nación orgullosa de un legado cultural que guarda con celo. Es difícil acceder a sus tradiciones salvo las “representaciones histriónicas” para turistas que abundan en los circuitos de agencia, de los cuales, un servidor, huye espantado.













Inicio, después de varios años posponiéndolo, una serie de fotografías relacionadas con leyendas maoríes. Me atrajeron sus sitios sagrados, sus hermosos paisajes y sus leyendas.

Según cuentan las leyendas el primer humano en llegar a estas islas fue Kupe, a bordo de su canoa Matahourua. Kupe fue un gran jefe polinesio que vivía en Hawaiki. Profundamente enamorado de la mujer de su primo Hoturapa, permitió que éste muriera ahogado durante una tempestad en una de sus expediciones de pesca. A su regreso raptó a la viuda de su difunto primo, de nombre Kuramarotini, y huyeron juntos en su canoa. Durante su viaje tuvo que luchar contra monstruos, demonios y el gran pulpo Te Wheke-a-Mutarangi. Cuando estaban a punto de morir de inanición, Kuramarotini divisó una larga nube blanca en el horizonte. “He Ao !”, gritó.

Y allí debajo estaba Aotearoa, la tierra de la larga nube blanca...