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viernes, 29 de abril de 2011

Primavera Blanca en el Valle Blanco

Existe en algún lugar recóndito un Valle Blanco en el que hasta la primavera es blanca, como el valle. O casi blanca, no lo sé yo. En ese Valle Blanco no hay montañas nevadas, no, sólo paredes blancas. Y miras al cielo y no es azul, es blanco, claro, también, cómo no. No hay sol, pero sí una pequeña luna blanca, la Siempreencendida la llamo yo. ¡Ah! ¿Pero tiene habitantes el Valle Blanco? Sí, niños, el Troll de las Pupas Blancas, de labios gigantes y un enorme panzón. Pero sigamos con la Siempreencendida luna blanca, que nunca falla, y sus cuatro compañeras, dos que soplan y otras dos que no, que unas veces se encienden y otras no. Y además hay un OVNI, blanco, claro, como el Troll, el Valle, la Siempreencendida y el No Sol.

En el centro del Valle Blanco hay una montaña, que sube y baja, que se dobla y se estira, pero jamás se mueve. ¡Si lo sabré yo! Sus laderas no son verdes, sino blancas, como el valle y el cielo, y nunca nieva, ni llueve, ni se ve el No Sol. En su cima hay una roca, blanca, donde habita el Troll de las Pupas Blancas. Allí arriba pierde el pelo y se escama. Aunque unas veces se le ve, y otras no.

También hay, por las cumbres, la Fuente de las Burbujas Blancas y los Árboles de Metal. Que no dan frutos ni “na”, pero adornan, hacen ruido, y eso no está mal.

En el Valle Blanco hay más cosas, cómo no. Pero son todas blancas. O casi blancas, más bien diría yo. Pero no tienen importancia, salvo un chupa-chups gigante, la carta de unos niños, esperanza y un corazón.

Ah, se me olvidaba, que cabeza la mía. En el Valle Blanco, también, hay una cueva, blanca como el valle. ¡Y dale con el blanco, que manía!. La Cueva del Bote Blanco de Pis, a donde va el Troll de las Pupas Blancas, ¿adivináis a qué?. Sí, a hacer esa guarrería.

Si la primavera es blanca, en el Valle Blanco, ¿qué come el troll?: ¿Laderas blancas?¿La Siempreencendida?¿El No Sol?¿El chupa-chups gigante?¿El OVNI?¿O la esperanza y el corazón?. Que va niños. Come pastillas blancas, aunque todas no. Allí, aquí, en el Valle Blanco, le visitan las Mujeres de la Bata Blanca y la Gran Boca Blanca. Vienen con bandejas blancas, llenas de botes blancos, con pastillas blancas, aunque todas no. Al Troll de las Pupas Blancas, y aquí viene lo extraño, las que más le gustan no son blancas, no, que son de color. ¿De color? Sí, de color, que no son blancas. Son cagaditas de oveja blanca, mitad coloradas, mitad naranjas. Y él se las come; él se las traga. Le dijo el Hechicero de la Bata Blanca y el Pelo Blanco, que su destierro terminaría, ¡ay, que alegría!, cuando sus mejillas, las del Troll de las Pupas Blancas, se mostraran arreboladas..

Y así, pasan y pasan los días de la Primavera Blanca en el Valle Blanco donde habita, desterrado, el Troll de las Pupas Blancas de labios gigantes y un enorme panzón. El Troll, traga que traga, las cagaditas de oveja, que no, que no son blancas, que son mitad coloradas, mitad naranjas. La Siempreencendida observando, el cielo en blanco, y la mirada del troll esperando, un reflejo arrebolado, en ese cielo asolado porque lo quiere el No Sol.
























[Cito textualmente un informe médico: El Síndrome del ATRA (lo que me ha tocado estos días padecer, confirmado) es una complicación frecuente y muy grave del tratamiento de la LPA (mi leucemia) con ATRA (mi quimio oral), con un elevado riesgo de muerte por insuficiencia respiratoria y fallo multiorgánico. Si ya decía yo que me iba, vamos, que me moría. Hoy, remontando ya, por fin]

jueves, 28 de abril de 2011

Cinco días ...

... en los que dejé de ser hombre.

Hoy puedo contarlo, por fin, que se me iba la vida. Y volvía, pero aún así, se quería escapar.

Sin hemoglobina, se me iba la vida. Transfusiones, transfusiones, transfusiones. Y aprendí a conjugar, en todos sus tiempos, el bendito verbo transfundir. Y me volvió la vida. Pero, que perra y que puta, quiso volverse a marchar.

¿Neumonía?¿Encharcamiento pulmonar?¿Síndrome de ATRA?¿O todos a la vez? (Cuando los médicos no saben que te pasa, échemonos a temblar, o tienes un virus o un síndrome. Para qué pensar más).

Y allí estaba, que no estaba, mi vida, claro, sin saber si se me iba o se quería quedar. Respirar, exhalar, ruido de burbujas, murmullo anhelante, silbo estertóreo, agonía. En fin, que se iba, pero yo no quería, empecinado, terco, dejarla marchar.

Y aprendí, también, a conjugar, en todos sus dolorosos tiempos, el verbo aguantar.

Hoy puedo contarlo, sí, que se iba. Pero yo no la he dejado marchar.


Fotografía: cuando uno está como he estado y mira la sillita de al lado donde, mis sobrinitos, han dejado una carta para su tío, ¿no merece la pena respirar, exhalar, resistir, aguantar?

lunes, 25 de abril de 2011

Tormenta soy

Y me llegó, porque me tenía que llegar aunque estuviera mirando para otro lado y no quisiera verlo, un terremoto, un tsunami. La tierra se abrió a mis pies, tuve que dejar de correr. Ya no fui lobo, y me convertí en amasijo de huesos y carne. Ya no era fuerte, ahora sólo infección, pura llaga. Y descubrí cómo saben las lágrimas disueltas en clorhexidina. Aunque las hay que saben peor, de mal de amores, por ejemplo, o las de algún adiós.

Esa noche el tsunami tenía nombre. No había diques, ni muros de contención. Me robaba el aliento, y en miles de burbujas rompiéndose en mi interior, brindándome colérica sus olas, su nombre me susurró:

Soy tormenta.
Y tú, ahora, velero sin rumbo.
Tormenta soy.
Y tú mi frágil balsa.

A remota playa voy,
a estrellarte entre mis mares.
Arrullos de mil tempestades,
rugiendo lamentos
de lágrimas de sal.

Entre finas arenas blancas,
quebrado,
descansarás.
Tú, mi barca,
y yo tormenta.

Soy galerna.
Tormenta soy.
Tú, frágil balsa sin nombre.
Escrito en mis olas lo llevo,
te robo la vida
y me llevo tu adiós.

Escrito estaba en la arena,
tu nombre,
mi nombre.
Tormenta soy.




Una neumonía se ha apoderado, ahora, de mi cuerpo enfermo, y ya débil. Pero no hay tormenta, ni rugido, ni lobo malherido, que frene la carrera. Mi carrera.

No, claro. No hay foto. Sólo unas poquitas fuerzas para escribir.

viernes, 22 de abril de 2011

Segundo premio XVIII Concurso nacional de fotografía "El lobo y el madroño"

Ya se me había olvidado dar testimonio aquí de mis devenires fotográficos. A poco ya y lo paso por alto.

A la semana siguiente de ingresar en el Hospital me concedieron este premio por una serie fotográfica que, ¿premonición?, titulé "Anotaciones de Harry Haller", parte del libro El lobo estepario de Hermann Hesse.

En cuanto salga del Hospital, ¡que duro se hace estar aquí día tras días!, lo primero que voy a hacer es cobrar el cheque con el premio y donarlo a la Fundación Josep Carreras contra la leucemia. Yo me siento un privilegiado porque, aún en la desgracia, me diagnosticaron a tiempo la leucemia lo que evitó mi muerte. En menos de 24 horas ya estaba recibiendo el tratamiento de quimioterapia y ahora sólo queda luchar y tener mucha paciencia. Hay otros tipos de leucemia más difíciles de curar que el mío, y muchos pacientes que no asimilan la quimio bien. Mis órganos han aguantado perfectamente, y los efectos secundarios que tengo, a sabiendas de otros que podría tener, son una nimiedad. Así que el premio que he recibido va íntegro a ayudar a otros enfermos que lo tienen mucho peor que yo. ¡Espero que os curéis todos y sigamos respirando este bendito olor a humedad que me imagino aquí, detrás del cristal, viendo llover!.

Es curioso, me siento como si un desierto entero se hubiera apoderado de mi cuerpo: mi piel se está resecando, mis labios se agrietan como si África entera se muriera de sed, mi lengua se ulcera ... y allí detrás del cristal, llueve. Y yo, sin poder sentirlo en mi rostro, en mi piel.


Ah, aquí no acaba lo fotográfico. Esta semana me han vuelto a comunicar que soy finalista de otro concurso, esta vez relacionado con la moda, pero no puedo decir más porque se concursa bajo seudónimo. El mes que viene, el resultado. ¿Otra donación para la Fundación Josep Carreras? ¡Ojalá!




Segundo premio XVIII Concurso nacional de fotografía "El lobo y el madroño"








martes, 19 de abril de 2011

Del extraño encuentro acaecido entre el Perro Filósofo y el Lobo del Pantano

Guau, guau. Auuuu, auuuu. Se saludaron el Perro Filósofo y el Lobo del Pantano.

Al Perro Filósofo se le movía, de vez en cuando, en el riñón una piedra. Al Lobo del Pantano la sangre, de repente, se le había vuelto blanca. Guau, auuuu. ¡Qué suerte la nuestra!.

Al Perro Filósofo no le habían dado quimio, pero estaba sin pelos, y para cuatro que tenía, ralos. El Lobo del Pantano, alto y lozano, tenía sus pelos. Y sus manos. Y un bozal verde en el bozo. ¡Que suerte la suya!

“He venido a advertirte”, ladró el perro como una hiena, “que Lord Byron murió de leucemia. Somatizó la pena”. Y siguió riendo, mitad perro, mitad hiena. Sonrisa sardónica, guau, de gran algarabía: afectada y no nacida de interior alegría. ¡Pero ríase hombre, si la risa es buena!

“Y Espronceda de una piedra”, aulló el lobo, mire usted por donde, como una hiena. Y siguió aullando lamiéndose una vena.

Apareció Napoleón en escena: con su son cubano, su piel de noche y sus ojos de leche. Pussssss, pussssss, ….. once, siete, ….. psssssssssssss. “A Iniesta lo sancionan”. “¿Cómo dice?”.”¡Que pase buena noche!”.”¡Y que usted lo vea!”. Y desaparece Napoleón de escena, con su bata blanca, y su sonrisa de hiena.

“Bueno, chaval, que me voy a seguir estudiando las estrellas”, espetó de soslayo el Perro Filósofo rascándose un costado, acaso por pulgas o porque no tenía otra cosa a mano. “Gracias por la visita, majo”, masculló ahogado el Lobo del Pantano, muriéndose de hambre, “que por nuestra mala cabeza así nos quedamos, tú con tu piedra, y yo con la mala sangre”.

Y el Perro Filósofo levantó una pata. Y el Lobo del pantano, la otra. Se dio media vuelta, meneó el rabo por el pasillo y le dijo adiós con la mano. O con la pata. O con la piedra. O con los cuatro pelos ralos.




Para siempre dormido

Correr por la nieve, jadeando. Como tantas veces lo había hecho antes. Con los bigotes ensartados en perlas de hielo y el hocico yerto por el frío. Sentir el hielo por debajo de sus patas. Correr. Vivir.

Y escuchó, barriendo su eco por el horizonte, miles de pasos como el suyo.

Y escuchó el silbato del tren blanco que se abría paso entre la niebla.

Y vio miles de lobos blancos corriendo por la estepa, siguiendo aquel tren. Siguiendo el rastro de su estirpe, la estirpe de la muerte blanca.

Y recordó al lobezno blanco, y lloró. Y corrió, y corrió.

El cansancio lo derribó y sus patas se quebraron. Convulso y perdido, bajo su cuerpo sudado una gran grieta se abrió. Pasó el tiempo, el tiempo pasó. Lento y lascivo.

Cerró los ojos y recordó. Patinar por el hielo, arrastrando la nieve, jugueteando como cuando era crío. La sonrisa de su madre. La mirada de la luna. El beso cálido de una mañana de estío.

Y allí quedó, dormido sobre el hielo. Inmóvil. Frío. Escuchando el eco del tren y muchos pasos como el suyo. Y recordó el nombre de su estirpe.

Y ya no se movió. Se quedó para siempre dormido.


lunes, 18 de abril de 2011

Todas las lluvias que en el mundo han sido

En el silencio de la noche, al otro lado del pasillo, escucho el aullido ensordecido de un niño. Un lobezno blanco. Otro lobo cachorro arrojado a la fría estepa, sin su rastro de sangre.

Oscuridad. Silencio. Un lobezno que llora y gime.

Hay quien habla de Dios y de justicia. Hay quien reza e implora. Y hay quien llora en la sombra.

Otra vez, silencio y frío. No dormir. Esperar el nuevo día.

En el silencio de la noche llora un niño.

Y entonces se escuchan todas las lluvias que en el mundo han sido.


sábado, 16 de abril de 2011

Diálogos de un insomne

"Te toca levantarme a ti", me dijo, o quizá le dijo yo a él.

"No, la última vez te levanté yo", y me di media vuelta, porque la otra mitad no me pertenecía, era de él. Del otro no sé quién, con el que compartía cama, vía intravenosa, una acuciante y extenuante necesidad de ir a orinar cada diez minutos, y no recuerdo ahora si alguna que otra enfermedad que nos tenía postrados de esa guisa.

"Así que ya sabes, te toca a ti". Y se levantó, o me levanté. Ya no me acuerdo bien.

"¿Te limpiaste?", pregunté medio dormido."¡Límpiate tú, que yo fui el que se levantó!", osó responderme con un bostezo y un ligero tirón de sábana traicionero.

"Eres inaguantable ... quien quiera que seas".

"Duérmete", susurró, "que te toca a ti a la siguiente. Y no des tantas vueltas que me tiras de la vía".

"Serás ... pero si está en mi brazo".

"Pues eso, que no tires de ella que me duele", y, creo, se durmió.

Tic, tac, tic, tac. Tac.

Abrí los ojos y allí estaba: enfrente de mi, en la oscuridad, oscuro, de piel de noche y ojos de leche. "Soy Napoleón", dijo. "La muerte me venció", pensé. "Pues yo no soy Josefina", dijo el otro allí acurrucado, o acaso eso fue lo que le dije yo.

Fuss, fuss, fuss. Toc.

"Once, siete"."¿Serán ya las cuatro?", pensé yo. "Fusssssssssssssss". "Que pasen buena noche",con acento cubano sonó.

"Y que usted lo orine bien", esta vez dijo el otro, o ¿acaso lo dije yo?.

Tic, tac, toc.

"La próxima no voy yo".

Tic, tac, toc.

"Ya me lo he hecho encima, ¡oh, no!"






jueves, 14 de abril de 2011

El rastro de sangre

No hay como seguir un rastro de sangre para encontrar el camino de vuelta a casa. Aquellas palabras que resonaban en su mente lo despertaron aquella fría y blanca mañana. Una mañana, como todas sus últimas mañanas, fría y blanca.

Escarbó en la nieve buscando alguna zona en que el hielo aflorara. Y allí apareció su cara de lobo, iluminada por los últimos rayos de la luna y el fulgor de una nueva alborada. Pero aquella vez, el gélido retrato de cada mañana, había cambiado. Asomando por el afilado extremo de sus enormes colmillos blancos, un casi imperceptible hilo de color rojo se precipitó hasta la superficie helada que reflejaba su ahora encendida mirada de lobo, envuelta en vida, aunque demacrada. Su sonrisa se abrió, enorme y blanca, de oreja a oreja. Clavó los colmillos en el hielo con una fuerza inusitada. El agua helada crujió entre sus patas, resquebrajándose, tiñéndose de color rojo en cada una de las caprichosas grietas en que se había convertido el improvisado espejo.

Como si se tratara de un último suspiro de vida, aulló para romper el alba, para avisar de la venida del nuevo día. Y comenzó a trotar por la nieve, siguiendo su propio rastro pretérito de sangre. Esa sangre roja, hermosa. Ese inequívoco rastro que lo devolvería a su tierra, a su casa.

Y volvió a aullar, despidiendo la noche, acariciando de vida aquella nueva madrugada, con su sonrisa de lobo. Con una enorme sonrisa. De oreja a oreja.



martes, 12 de abril de 2011

Las dos lágrimas: Buscando el camino de regreso

Por las noches el lobo buscaba algún rincón a cobijo donde dar una cabezada. Unas rocas, algún seto, el tronco de algún árbol, nada especial, ni más ni menos cómodo, porque sabía que no iba a dormir y lo importante era descansar unas horas antes de seguir buscando el camino de vuelta.

Se acurrucaba sobre sus patas, apoyado en el costado que no tenía lacerado, y los recuerdos, los sueños, los fracasos, los fantasmas, su vida, iban dibujándose como espectros en aquellas pupilas grises iluminadas por la luz de la luna. No podía dormir. Recordaba que su existencia no había sido normal, pero, ¿acaso existe alguna existencia de lobo que lo sea? Aún así, como las hojas sueltas de un libro desmembrado, pasajes de su pasado le asaltaban en la vigilia, sobresaltándose con alguno de aquellos recuerdos.

Y fue consciente de que esas vigilias, y aquellas otras pasadas, se componían de remordimientos y mucho dolor. Se dio cuenta de que, como lobo, estaba ya marcado. Su fin sólo podía ser uno. El final de un lobo. El recuerdo del sabor agrio de la sangre en la boca lo conmovió. Recordó con una cierta sonrisa la satisfacción que le producía acechar a sus presas hasta cansarlas, ¡qué fuerte y rápido llegó a ser! Si hubiera podido engendrar algún lobezno, cuánto le hubiera enseñado.

Era imposible dormir. La noche, antaño cobijo, hoy era la luz que le delataba. Cambiaba de posición, se rebullía en su soledad, yerma de descanso. Suspiraba. No podía dormir.

El hocico, resecado por las largas caminatas, no encontraba el camino hacia el sueño. Ni el premio menor de un anhelado duermevela, pasadas las horas, hacía atisbo de asomar de entre las sombras. No podía dormir aferrado a sus recuerdos.

De repente, dos frías e inesperadas lágrimas le resbalaron por los ojos, que intentó atrapar entre sus pestañas, como si el más dulce de los sueños se le fuera a escapar bañado en ellas. Pensó que aquellos meteoros húmedos quizá fueran mañana la nueva pista del camino de vuelta. Los guardó en sus ojos, no dejándolos huir, humedeciéndolos el resto de la noche para que no se secaran. Y así, entre algún sollozo, escondido entre sus patas, el lobo se durmió.

Y logró soñar ....



lunes, 11 de abril de 2011

La gran naúsea

Que para poder vivir, primero, te tengan que destruir, no deja de ser una paradoja más de la vida. Permitir que una gran naúsea se apodere de tu cuerpo y forme parte de ti, cuesta, y mucho.

Hoy me han vuelto a dar una de mis dosis de bolsa de color azul y líquido anaranjado. La tercera. Penúltima antes de que me digan si esta procesión de hormigas tóxicas que recorren ahora mis venas, han sido capaces de convertirse en las deseadas termitas que me destruyan. De momento las siento rebullir por mis entrañas, hambrientas y díscolas. Ojalá se den el festín prometido.

Quizá consigan convertirme en olmo seco, y ya se encargará la primavera de hacerme reverdecer. Insisto,¡qué paradoja ésta!, morir, para vivir.

En algún rato de solitud, los cuales también se agradecen, saco fuerzas de flaqueza y monto el trípode de mi cámara. No se diga que esta enfermedad maligna de la sangre, por definirla sin acritud, vaya a poder con mis ganas de seguir reflejando lo que pasa en mi mundo. Eso sí, esta vez, uno no deseado.


El lobo, de momento, entra naúsea y bostezo, sigue buscando la luna en su camino de vuelta. ¿Quién me presta un roquedo para poder desde allí aullarla?



domingo, 10 de abril de 2011

Leucemia: La procesión interior

"Tío, ¿estás malito", me dijo mi pequeño sobrino, cubierta su boca por la incómoda mascarilla que apenás le dejaba respirar. "Sí, claro, si no ¿qué hago en este hospital conectado con estos tubos a los frascos que cuelgan por todos los lados?". "Tío, es que no pareces enfermo". Y entonces me vino de inmediato a la cabeza una imagen que mi amiga Maribel había preparado para mi. Una imagen que define esta enfermedad que te descompone por dentro, aunque el exterior siga pareciendo el mismo.

Quiero que ese caballo descuartizado por dentro desaparezca del paisaje, auyentado por el lobo. Ese lobo sediento de sangre, que busca el camino de vuelta a casa, enseñando sus dientes a la luna cada noche.




Fotografía y montaje de Maribel. Gracias por todo tu apoyo y esta magnífica imagen que lo dice todo.


jueves, 7 de abril de 2011

Leucemia: La muerte blanca

En cómo, de la noche a la mañana, un lobo de pantano se convierte en un lobo blanco no tiene ciertamente explicación. Un sábado cualquiera el lobo trota por las praderas de su pantano. Al siguiente martes se levanta en medio de una fría y blanca estepa. No hay horizonte, no hay ni pasado ni futuro. Sólo le queda encontrar el camino de vuelta. Aúlla desesperado entre la niebla, sabe que sus oportunidades son 80 contra 20. Así que toma resuello y se centra en buscar su 80% siguiendo las huellas de vuelta por la nieve.




El martes 5 de abril de 2011 me diagnosticaron leucemia. Al día siguiente, ayer, empezó el primer día del resto de mi vida. Lucharé contra la muerte blanca. Y la venceré.


domingo, 3 de abril de 2011

El lobo del pantano

Ayer, cámara al hombro, volví a retomar la olvidada costumbre de ir a buscar mis náyades al pantano. Como antaño, me adentré por esos territorios sombríos, donde la soledad es la única compañera, sorteando alambradas y muros de piedra. Me aposté sobre unas rocas, con la cámara montada en el trípode, esperando se obrara el milagro. Pasó más de una hora pero sólo podía ver paisajes grises. Y mi cámara enmudecida no fue capaz de mirar.

De repente tomé perfecta conciencia de lo que mi corazón buscaba: empecé a sentir la brisa sobre mis mejillas, la humedad despertó mi olfato que comenzó a distinguir los aromas del pantano, escuché el chapoteo de las carpas lanzándose sobre sus presas, me tumbé sobre la hierba y noté su roce sobre mi piel. Entonces recordé lo que le sentaba bien a un lobo.

Me desnudé y comencé a trotar en la soledad del ocaso por la exigua pradera que las generosas lluvias del invierno habían dejado en la orilla del pantano. A ratos, me paraba a beber de sus aguas, mientras alguna carpa salpicaba mi hocico. O me detenía a oler las flores que empezaban a brotar por cualquier sitio. Se despertó en mi la necesidad de beber sangre y sentir su amargo sabor en mi boca. De cazar alguna loba, de retozar por la hierba y perseguir en el horizonte los colores del ocaso.

Que discutan los inteligentes si en realidad soy un lobo, si soy fruto de mi imaginación o de un estado patológico. Lo que ellos piensen, incluso lo que yo mismo piense, carece de valor. Nadie podrá ahuyentar el lobo de mi persona, ni borrar esa sarcástica sonrisa que me marca la cara.

Dejaré mi cámara apostada en algún lugar y correré hacia el horizonte, donde muere cada día la luz, esperando que llegue la noche con una gran sonrisa que deje ver mis dientes sedientos de sangre.