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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Y volví a buscar las náyades

Está mi cámara muy perezosa últimamente, pero como dice mi amigo Pablo, las musas a veces vienen, a veces se van. Y en ese menester creo están mis náyades, que no saben si van o si vienen.

Aprovechando el fin de semana pasado y que los cielos de Madrid vuelven a poblarse de nubes anunciando la inminente llegada del otoño, saqué mi cámara a pasear. Tuve que despertarla de su letargo y animarla un poco, porque andaba deprimida, prometiéndola que iríamos de nuevo en busca de nuestras náyades.

A fe que no vi ninguna, no sé si porque las aguas empiezan a replegarse por la sequía, porque me extrañan debido al largo período en el que no las he ido a visitar o porque han emigrado en pos de mejores lares donde habitar. Cuando hube explorado un buen rato el misterioso territorio de las náyades descubrí unas siluetas apostadas en la orilla, vara en mano, en inmóvil ademán hierático, como si de estatuas de sal se trataran. No eran ni gigantes fruto de un encantamiento, ni las huestes de Pentapolín del Arremangadobrazo, ni las de Félix Marte de Hircania. No. Era algo menos poético, más vanal, más del siglo XXI, pero que explicaba el por qué las náyades no se dejan ver: era una recua de rumanos caña de pescar en mano, ebrios la mayoría aunque silenciosos (esta vez), rodeados de una ingente e inexplicable cantidad de bolsas de plástico y latas de cerveza, que según pude comprobar dejan allí por toda la orilla depositadas (que no abandonadas, no seamos mal pensados) para que las náyades puedan comer los restos de bocadillos de panceta y cerveza que quedan.

¡Que burros! ¿Es que no saben que las náyades son vegetarianas y abstemias?



Una de las ventajas de la cámara fotográfica es su virtud de encuadrar, o sea, poder elegir qué parte de una escena atrapa y qué parte deja fuera. Y esto además es lo que distingue a un fotógrafo. Así que opté, no sé si acertadamente, por no fotografiar las patéticas huestes y dedicarme a lo mío, las náyades (que al parecer mi cámara sí puede verlas).


Fotografía: embalse de Santillana, hogar de las náyades.

4 comentarios:

Manolo Guijarro Fotógrafo dijo...

Una náyade preciosa Jose Luis, me gustaría que mi cámara mirara igual que la tuya...

un abrazo

Anónimo dijo...

Y las náyades estaban esperándote… no se habían olvidado de ti…

un besito
m

Eluge dijo...

Siempre consigues arrancar una maravilla de este lugar mágico.
Fantástica José Luis.
Un abrazo.

Rafa dijo...

Es de locos José Luis, esta foto es lo mejor que he visto en muchos días. Es mágica. A los rumanos que les den ... Un abrazo maestro.