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lunes, 29 de agosto de 2011

Recuerdos de infancia: la morena del cuadro

Los tan lejanos recuerdos de infancia son tesoros que jamás deberíamos dejarnos robar. Magnificados siempre por su lejanía y la deformación infantil, a veces nos devuelven pesadillas y otras nos regalan imágenes idílicas.

Entre los míos, que cada vez quedan más distantes, está el recuerdo de una hermosa mujer morena pintada en un cuadro de una exposición a la que mi padre me había llevado. Un sobrecogedor y mágico claroscuro hacían de su tez blanca una aparición celestial saliendo de las tinieblas. Sus piernas no parecían tener fin, pero lo que más me turbaba era su provocador hombro apuntándome hacia donde parecía asomarse, tímido, uno de sus pechos. La chica piconera de Julio Romero de Torres se quedó para siempre grabada en mi subconsciente.

Aquella tarde había quedado con Amparo para hacerla unas cuantas fotos. La magnífica luz que se colaba por el ventanuco del pasillo del hotel llevaba varios días robándome el sueño, pero no era capaz de imaginarme ninguna foto en ese rincón. Senté a Amparo en un pequeño silloncito del pasillo y la fui moviendo de posición hasta que de repente se apareció ante mi fugazmente la chica piconera, como rescatada de un sueño. Me dirigí a toda prisa hacia mi cámara, que me aguardaba montada en el trípode, y apreté ansioso el disparador. Miré de nuevo al sillón, pero la piconera de piernas infinitas y hombro desnudo había desaparecido. Allí sólo estaba Amparo, con una incipiente sonrisa y su larga cabellera negra precipitándose al vacío.

Y recordé el cuadro, a la hermosa morena y volvieron, como golondrinas a su nido, recuerdos de mi infancia





Fotografía: gracias a Amparo, una belleza cántabra, por posar para mi.

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