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viernes, 16 de abril de 2010

Historia inconclusa de una roca

Érase una vez un delfín que vivía en el reino de Neptuno. Allí se creía feliz, enamorado de una sirena, mecido por las olas, jugueteaba entre ellas y se calentaba con los rayos del sol. Pero también sufría tempestades, grandes olas que parecían tragárselo, rayos caídos del cielo que querían partirlo en dos, y a menudo se veía metido en medio de peleas entre los monstruos marinos: Equidna tratando de matar a Tifón, Hidra de Lerna devorando a Gerión, las Gorgonas defendiéndose de Caribdis o el dragón de la Cólquida intentando cegar al Cíclope.

Y así pasaba la vida el delfín, en su océano, el gran océano.

Pero un día, que fue cualquier día, perdió a su sirena, y las tempestades se sucedían una tras otra sin tregua. Cansado de huir, de nadar sin descanso, de evitar a los monstruos marinos, de llorar en medio de la inmensidad, decidió dirigirse hacia la costa.

Fue cuando descubrió una corriente de agua dulce, tibia, que le produjo un gran placer. Entonces decidió seguir esa corriente y se acercó al borde de la costa, a un precioso acantilado donde un hermoso arroyo de crines blancas caía desde lo alto de un risco para precipitarse sobre las rocas. Luego, sosegado el ímpetu de su caída, reposaba sus aguas en un pequeño remanso al abrigo de las paredes de una cueva que se abría, al final, hacia el inmenso océano donde vertía sus ya serenas aguas.

El delfín recordó las advertencias de Neptuno: toda criatura que abandone mi reino, el gran mar, recibirá un terrible castigo por su traición ….. pero la belleza del lugar, la pena que le mordía el alma, y el cansancio de tantas horas sin dejar de nadar le empujaban hacia aquel refugio de paz. Se tapó los oídos y se enjugó de nuevo las lágrimas, no fuera a ser que le enturbiaran la vista, y que lo que veía como un pequeño paraíso, en realidad no fuera más que un canto de alguna sirena. Pero, al revés, le pareció aún más hermoso aquel escondido lugar.

Y saltó, dio un gran salto, y se coló en la charca de agua dulce, tibia por los rayos del sol, serena en su eterna quietud. Cerró los ojos y se le secaron las lágrimas, dejó de oír el rugido de las olas, sintió la calidez de los rayos del sol en sus mejillas y se quedó dormido.

Al despertar, en medio de una paz que creía olvidada, se dio cuenta de que no se podía mover. Pero no el importó, porque desde donde estaba podía ver las nubes pasar enormes empujando a las nerviosas olas, veía saltar a otros delfines golpeados por la furia del mar, y al fondo el sol durmiéndose sobre la inmensidad, tiñendo de bermellón el horizonte. Y se volvió a quedar dormido.

Una voz hueca y de una gravedad profunda lo despertó. Al abrir los ojos, puedo distinguir a un tritón enviado por Neptuno, “Despierta, traidor, ¿es que pensabas que no te encontraríamos? Me envía tu amo y señor para decirte que te perdona tu infamia si abandonas el estanque ahora y retornas a su reino. Si no lo haces, no respondo de su furia. Y necesito tu respuesta ya …”. El delfín permaneció en silencio, se sentía a gusto y en paz, por fin después de muchísimo tiempo. Y cuando levantaba la vista hacia el océano sólo veía enormes nubes de color gris devorándose unas a otras, olas de más de diez metros peleándose entre las serpientes marinas y un enorme dragón escupiendo fuego.

No respondió. Así que el tritón, enfurecido, de alejó hacia el océano y desapareció dando un tremendo golpe con su cola en el agua, haciendo soplar con toda su fuerza una concha de caracol que usaba para enervar las olas del mar. Estas se elevaron a una altura inusitada, llegando incluso a golpear a alguna de las nubes que espantadas se abrieron. Y entonces asomó entre ellas su cabeza Medusa, emisaria de Neptuno, inyectada de una furia inusitada.

El delfín notó que su inmovilidad iba en aumento, hasta tal punto que ya no sentía ninguna parte de su cuerpo, un frío gélido se apoderó de él y dejó de sentir los rayos del sol en sus mejillas. Se miró, asustado, en las tranquilas aguas de su refugio que en ningún momento se habían alterado por la furia de los esbirros de Neptuno. El delfín se quedó horrorizado: al mirarse en el agua solo vio el reflejo de una roca. Y volvió a llorar.

¿no podría volver a nadar entre las olas?¿no podría volver a sentir el roce de los rayos del sol en su cuerpo?¿no volvería ninguna sirena a cantar por él?

Entre lágrimas, se volvió a dormir.


Fotografía: El Bolao, Cóbreces (Cantabria)

3 comentarios:

Eluge dijo...

Stendhal² a los que ya nos cuesta agacharnos no conseguimos ver estos encuadres tan fantásticos. Una maravilla JL.
Un abrazo.

Claudia Riveros dijo...

El texto me dejo tan conmovida, q mañana veo la foto. Bellísimo, definitivamente no dejas de sorprenderme.

Rafa dijo...

Una preciosidad de las tuyas querido amigo, tanto como el avatar de Claudia, que es mucho decir. Un fuerte abrazo y ya estoy volviendo.